Arreola, druida y trovador.

Los cuentos de Juan José Arreola son la ocasión para confabular con humor e inteligencia sobre la sociedad, la religión, la mujer y el matrimonio; pero ese acuerdo exige al lector profundidad moral y pensamiento lúdico. Sus temáticas son algo más que materia literaria, en ellas el escritor está comprometido como artista y como hombre. Su prosa es un ejercicio para indagar la vida haciendo uso de un arte variado y juguetón que desde su primer libro promete resolver en un estilo de “Varia invención”.

La versatilidad es el sello característico de su escritura; si fuera posible buscar en su vida una razón que la explicase no sería absurdo atribuirlo a su primera vocación: El teatro. Arreola es esencialmente un actor en busca de su verdadero personaje. Además de haber actuado en la Comedia Francesa, actuó de filólogo en el Fondo de Cultura Económica y la vida ya lo había obligado a actuar de vendedor ambulante, periodista, impresor, panadero, cobrador de banco y otros oficios más. Decir que Juan José Arreola actuó también como escritor, vale considerarlo al menos como una metáfora. En “Parturient montes” está expuesta su Arte Poética; no es casual que el narrador, obligado por el público a contar su versión del parto de los montes, con una voz falseada por la emoción trepado en un banquillo y haciendo su discurso a base de pantomima, actúe para la conmoción y el aplauso del público o de una mujer. Su particular estilo deriva de ese innato talento histriónico con que asumía todo en la vida y también por esa heterogénea herencia cultural y literaria que le debe tanto al Medioevo, por lo de prestidigitador, de juglar y de saltimbanqui, que le dio ese sentido hondo de la imaginación, de la gracia y de la libertad.

Whitman quiso parecerse a todos los hombres, Arreola tomando el estilo de sus maestros, Schwob y Papini, pudo representarse en muchos de ellos: un condenado, un fantasma, un converso, un perro sarnoso (“llevo la vida de otros sobre las espaldas”); sus relatos son libretos de un ejercicio para ponerse de parte del que cae, por eso sus protagonistas suelen ser personajes oscuros o escritores marginales de la historia de la literatura; se sentirá como un hereje, un magnicida, un poeta maldito (de preferencia del medioevo francés): Sinesio de Rodas, Baltazar Gerard, Ronsard, Garci-Sánchez de Badajoz, Guillermo de Machaut, Villón. Actuó magistralmente como un Kafka para escribir El Guardagujas y mejoró la interpretación de Swift con El Prodigioso Miligramo. El gusto por los bestiarios y su experiencia infantil entre pollos, puercos, chivos, guajolotes y caballos, le permitieron conocer lo mucho que tenemos de esos seres y en especial de los que padecen cuernos sobre la frente. El fantasioso escritor que vivió rodeado por sombras clásicas y benévolas, fue también su pueblo triste que en La Feria hizo escuchar su voz indígena. Arreola fue todos ellos porque estaban en él mismo: “lo que yo estaba diciendo me lo sabía de memoria. Representaba mi propio personaje” se le oye confesar en El Fraude.

El escritor cumple una función sagrada: decir al mundo lo que oyó a través de la zarza ardiente, entregarle al Hombre el fuego que no se consume. Arreola tiene la preocupación de un profeta, un simple asunto doméstico es para él de vital trascendencia para el destino del hombre. Sus profecías no son comparables a las del Antiguo Testamento avisando muerte y destrucción, sus anuncios tienen la misma sutileza con que la bestia moderna ejerce su poder y se precisa de inteligencia para calcular su cifra. Hoy se banaliza el amor y el sentimiento por ídolos de plástico y papel moneda, a Arreola le gusta advertir con humor sobre esas artimañas; en Anuncio y Baby H.P. da cuidadosos detalles al respecto, en El prodigioso miligramo nos muestra la sospechosa laboriosidad de nuestro hormiguero social. Con el efecto de extrañeza la obra de Arreola aboga por un hombre libre .

Arreola conoce de los insuperables atractivos de la tentación; en su obra y su vida enfrentó los riesgos que la mujer y la fama acarrean para el ejercicio de la libertad. Con respecto a la segunda cobró prudente distancia del pavoneo intelectual y del “farandulismo” político. Esas mascaradas no merecieron su atención, fiel a sus héroes marginales y a su convicción de escritor como profeta se preocupó de que los jóvenes escritores escucharan la zarza ardiente, así como de que los zapateros no compongan mal sus zapatos.

Su empecinada pelea con la mujer, cuerpo a cuerpo, es la batalla más larga y extenuente de la que nos da cuenta a todo lo largo de su obra. El amor por ella es una mezcla de dos pasiones extremas: el terror y la piedad (como lo analiza Schwob en el prólogo de “Corazón doble”) :“mi cuerpo se estremece de gozo y mi alma se magnifica de horror”. Arreola busca el equilibrio, ese amor que le permita ser libre, pero le exige a la mujer perder el egoísmo de querer poseerlo; llega a caer en La Trampa, pero logra despegar sus patas de libélula del papel insecticida y elevar vuelo aunque con espinazo roto para poder gritarle: “¡Oh Maldita, acoge para siempre el grito del espíritu fugaz, en el pozo de tu carne silenciosa!” Ante ese peligro propone una conveniente Dama de Pensamientos, da alguna rápida Receta Casera o propone un método para El Encuentro que evite llegarle por la vía recta y opte por el laberinto, para que cuando se cometa el error de verla frente a frente pueda evitarla pasando sin saludar. Esa señalada misoginia es también fiel a la tradición medieval.

El humor de Arreola es inherente con su moralismo, como el mismo dice: “no puede existir un humorista profundo si no tiene un antecedente del fondo moral”. La moral cristiana es una materia aún más rica para el humor por su eterna vigencia y respeto, y por el amplio respaldo literario y cultural del cristianismo. El mismo Evangelio destella de fina ironía; pero, ¿y no es acaso todo el Evangelio una tomadura de pelo a las expectativas de Mesías para los fariseos: un reino hecho de pobres y de niños, un rey coronado de espinas, un salvador colgado en cruz? Arreola actualizó la burla que Jesús en su tiempo dedicó a los ricos anteponiéndoles la facilidad con que un camello pasaría por el ojo de una aguja antes que un rico entrara en el reino de los cielos; En verdad os digo no es una parodia del evangelio, es una versión enriquecida para la comprensión de los tiempos modernos.

Si la obra de Arreola se ha reconocido por su especial tratamiento de lo que el llama el drama del erotismo, no menos estimable son sus obras que tratan el drama de la conciencia trascendente, la angustia duradera que le viene desde niño reforzada por la tradición católica. Un cuento como Pablo puede correr el riesgo de considerarse un tema más, tratado con su “varia invención”. Arreola toma textos y asuntos cristianos para reflexionar en el misterio divino del hombre, que él no da por resuelto. Ese cuento al lado de otros, muchas veces excluidos en las antologías, El silencio de Dios, Un pacto con el diablo, Starring all people, En verdad os digo, El converso, demuestran que es un asunto recurrente en el escritor. No sobra incluir en ellos El prodigioso miligramo, que entre las múltiples interpretaciones ¿acaso no vale una más como parodia de la Iglesia? Aquella loca hormiga además de aludir a Buda, San Francisco o Van Gogh ¿No representa a Cristo vilipendiado y condenado a muerte? ¿No asocia aquel prodigioso miligramo con la cruz “la carga justa...el peso ideal que daba a su cuerpo extraña energía”? ¿No está allí la iglesia primitiva, las herejías y los cismas, no se reflejan el levantamiento de santuarios, la burocracia eclesiástica, las rigurosas jerarquías y la Reforma montando la competencia?

Arreola aborda con atrevida fantasía delicados asuntos de la teología y se permite posiciones heréticas, travesuras de oveja negra. Entiende que para contemplar mejor el problema conviene, antes que una fe ciega, las incómodas preguntas del que no está convencido del todo. Como dice Mauriac: la religión tiene que causar buenos conflictos y dramas interiores. Para Arreola los relatos de asunto teológico no son la solución a sus inquietudes si no sus inquietudes mismas. Pablo es una herejía mística de la emanación de la Unidad divina en los hombres y la preocupación por que esa Unidad se recupere, el suicidio de Pablo da una sensación de fracaso y pesimismo y sin embargo el relato deja una luz de esperanza. La respuesta que encuentra a la carta en El silencio de Dios parece satisfacer esa pequeña inquietud sobre la fragilidad del bien; no obstante en El converso tiene que aceptar “a duras penas” que como Alonso de Cedillo su idea de un infierno, donde aún haya ocasión para redimir los pecados, es errónea. Arreola, en el mismo infierno, sigue abogando por la salvación del hombre.

Es en Starring all people donde un asunto tan “serio” como el de la redención, es tan Arreoliano por la graciosa ocurrencia de la historia en lo comprometedor del tema. Luego de su actuación en la película de la tierra, un hombre sale de esa tercera dimensión a la cuarta donde se encuentra con Jesús, quién está criticando la película en que actuó como redentor y planea una próxima producción para corregir los errores de la primera. Preocupado por el fracaso de la acción redentora de Jesús en la humanidad, su fiasco de taquilla, su estrellato venido a menos, Arreola clama por su segunda venida para reivindicar la primera.

Leer a Arreola, así como a Schwob, C. S. Lewis y Mujica Lainez, tiene ese gusto de compartir algo secreto exento de vanidad; no son escritores herméticos, ni tienen sus lectores ánimo de idolatría. No debe ser casual que ellos compartan una predilección por la Edad Media. En Arreola el ejercicio literario es religioso, de esa manera en que Greene temió que con la obra de Henry James hubiese terminado en Inglaterra este tipo de literatura.