El catecismo de C.S.Lewis

Este laico anglicano es uno de los mayores divulgadores del cristianismo en el siglo XX. Buena parte de su obra trata con brillo e imaginación sobre los temas más delicados de la doctrina cristiana. En este ensayo se hará especial alusión a “Las Crónicas de Narnia”, que por estas fechas hace famosas Hollywood con la película “El Principe Caspian”, pero antes unas breves anotaciones sobre algunos libros que dan cuenta de su decidido interés por el cristianismo.

La ficción wellsiana “Más allá del planeta silencioso” (1938), que hace parte de la trilogía cósmica de Ransom y que inspiró a Borges para imaginar el universo de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, se adelantó al argumento del papa Benedicto XVI sobre la probabilidad de tener hermanos en el universo, y entre ese rebaño universal los terrícolas representamos la oveja perdida que exigió al pastor bajar a su rescate. El libro “El gran divorcio” (1945), es un sueño donde se recrea la vida después de la muerte y las “Cartas del diablo a su sobrino” una graciosa manera de mostrar como somos tentados por estos seres, con una acertada presentación de cómo se debate el alma humana. De sus libros de ensayos téngase en cuenta la lucidez argumentativa de “Mero cristianismo”, “Dios en el banquillo” y “Los cuatro amores”. Estas obras son los frutos tras la ardua lucha que acometió un obstinado ateo enfrentado a la convicción de gladiadores católicos como Tolkien y Chesterton. En las pocas lecturas de mi larga vida no logro advertir un mayor apologista cristiano que C.S. Lewis, pero ante todo un escritor con tanta imaginación, con tanta amenidad narrativa y con tal lucidez en sus razonamientos que lo hace un escritor para todos y para siempre.

Las condiciones de Lewis para escribir Las Crónicas de Narnia le vienen de ser un irlandes afecto a los mitos nórdicos, un erudito en literatura medieval y renacentista, un poeta romántico, un devoto cristiano y ante todo un declarado e incondicional amigo de los niños. Decir que Las Crónicas son el mejor catecismo que se haya escrito para niños exige demostrar cómo los aspectos más elementales de la doctrina cristiana son expuestos de manera atractiva y convincente en los siete libros de esta saga.

En el primer libro “El león, la bruja y el armario”, Lewis trata el misterio esencial del cristianismo: La muerte de Aslan para salvar la vida de Edmund, la victima propiciatoria para pagar la culpa. Cristo crucificado para redimir al mundo de sus pecados es el asunto impostergable para comenzar el catecismo, porque la contundente pregunta de un niño ante el crucifijo es ¿Y por que lo mataron? Comenzar con otro tema es escabullir la verdad y el misterio central del cristianismo.

Lewis acomete esta historia con renovada imaginación, Narnia es un espejo de nuestro mundo, un mundo al que se accede atravesando un armario, o en rapto en una estación de tren atendiendo el llamado de un cuerno, o a través de la pintura de un barco en el mar que cobra vida en una alcoba, o por una puerta olvidada que permite escapar de la aburrición del colegio, en fin, un mundo paralelo a la vuelta de cualquier circunstancia de la vida de los niños, porque el reino de Narnia es sólo para ellos y al que pierden acceso una vez dejan de serlo. Pero para reinar en Narnia primero hay que librar una batalla, la nobleza se gana librando la lucha por la libertad, venciendo al enemigo que quiere someterlos a su tiranía. En Narnia se vive una paradoja: los niños, los que suelen ser los últimos en este mundo, son los primeros, son los reyes, Narnia es el reino de los cielos.
Los últimos son los primeros, los primeros los que sirven, los débiles son fuertes. En Narnia los niños se sienten fortalecidos con Aslan para luchar, él es la fuerza que los anima, pero finalmente la fuerza debe salir de ellos mismos y para ello deben dar prueba de sus actitudes. Es en este punto, antes que sentenciar dogmas, donde Lewis se enfoca para promover los valores en los niños. La tentación de las “delicias turcas” y el someter la lealtad ante la concupiscencia es el pecado original de Edmund. Y en ese orden de mitos, de ese árbol de la fruta del conocimiento del bien y del mal, pasa Lewis a explicar el árbol de la vida. La ley de la “Magia Insondable”, que exige que “todo traidor me pertenece como presa legítima y que por cada traición tengo derecho a su sangre”, se remonta a los inicios de los tiempos; esta sentencia de muerte que acarreó el pecado es confrontada por una “Magia Más Insondable” que reza desde antes del tiempo que “cuando una víctima voluntaria que no ha cometido ninguna traición fuera ejecutada en lugar de un traidor, la muerte efectuaría un movimiento en retroceso”. Es decir que esa escena patética en que Aslan es trasquilado, burlado y ejecutado, ese cuadro de humildad y mansedumbre borra el orgullo y satisfacción del hombre de creerse un dios.

Si la historia de “El león, la bruja y el armario” hace referencia a la época dorada de Narnia, a la primera navidad y a la iglesia primitiva en cabeza de Pedro; en el Principe Caspian hay guiños al tiempo de Costantino que con el signo de la cruz, de la X de Caspián 10º, venció; así como al glorioso siglo XIII el de las cruzadas, el de la cruzada de los niños, el de la lucha por el santo sepulcro, y también el siglo de nuestro padre Francisco que renovó la iglesia.