Tres versiones de Jesús, según Graves, Saramago y Kazantzakis.

Robert Graves publicó “Rey, Jesús” en 1946, Nikos Kazantzakis “La última tentación” en 1951, José Saramago “El evangelio según Jesucristo” en 1990. Tres novelas de reconocidos escritores contemporáneos dan ocasión, además de indagar sobre las variadas posibilidades del tema, para conocer las perspectivas y el arte de sus autores. La sentencia “todo es según el color del cristal con que se mira” puede explicar la razón de las distintas interpretaciones que en la literatura se han hecho sobre Jesucristo, especialmente en las obras de ficción que suelen tener un carácter decididamente profano o herético, escritas en un siglo que goza el favor de tratar los temas sagrados con mayor liberalidad. En cada uno de los evangelios están las señas de quién lo escribió, el estilo delata al hombre. Los libros que aquí se tratan bien podrían llamarse evangelios apócrifos modernos.

"Rey Jesús", el evangelio según Graves, es una novela histórica que se ciñe a información adicional de los Evangelios canónicos, su interpretación de los hechos no es ortodoxa. No deja cabos sueltos de la dispersa historia que reconoce la iglesia, pero los ata, no por el mero capricho que se permite la ficción literaria sino, por los argumentos históricos, míticos y filológicos que dan un cuerpo coherente a la narración. El lector siente que lo que dice Graves, aunque no tenga como verificar la mucha erudita información que maneja, lo dice con seria autoridad; incluso o más aún si suena con fina ironía.
Fiel a sus principios estéticos en sus novelas históricas, reconstruye una narración salvándola de la inverosimilitud de sus mitos y haciendo una interpretación coherente y realista de lo que simbolizan. En "Rey Jesús", así como en "El vellocino de oro", Graves no pretende desvirtuar su “verdad” religiosa sino ajustarla a una racionalidad acorde con la historia.

"La última tentación" es una versión libre de fuentes históricas que encuentra ocasión para reflexionar profunda y personalmente sobre los momentos más trascendentales de Jesús como Mesías. Kazantzakis publicó en 1954 "Cristo de nuevo crucificado", demostrando así su constante preocupación religiosa, lo que más le importa es reflexionar sobre ese drama del Dios encarnado, de esa doble sustancia de Cristo, y le tiene sin cuidado la fidelidad histórica y la ortodoxia religiosa. Kazantzakis se basta con su poesía y su personal sentido de lo humano para recrear el drama de un hombre que tiene la responsabilidad de “Salvar el Mundo”.

De Saramago hay que decir que no tiene el serio conocimiento histórico ni mitológico de Graves, ni la inquietud religiosa de Kazantzakis para aprovechar poéticamente el tema. "El evangelio según Jesucristo" tiene una decidida intención de profanación, un ánimo que quiero interpretar antes que de irreverencia por lo sagrado, por la institución que lo promulga. Saramago encuentra en los asuntos fundamentales de la ortodoxia cristiana la ocasión para darle un golpe bajo a la iglesia. Los miles de lectores de Saramago así lo sienten y por ello han hecho de él bandera para reaccionar contra todo tipo de institucionalidad venga de donde venga; esto confirma a Saramago como un prestigioso panfletario de fin de siglo que cuenta con el respaldo de un Premio Nobel para eximirse de la incómoda clandestinidad y con una respetable vejez que le permite hasta apoyar a los rebeldes Zapatistas. A diferencia de Graves que no muestra en su obra un resentimiento con lo que él llamaría los mitos hebreos o cristianos, así como tampoco acusa de estúpida interpretación de los mitos griegos, Saramago demuestra desconocer la profundidad y parentesco entre todos los mitos que hoy sólo logran perdurar en su complejo sentido religioso bajo la institución del catolicismo.

La frase del Evangelio de no echar las perlas a los cerdos ni dar lo sagrado a los perros no sea que la pisoteen, se sigue cumpliendo (pues cielo y tierra pasarán más sus palabras no) en alusión a los ligeros escritores que produce nuestra sociedad de consumo que encuentran una buena ocasión para sus producciones Light que se ajustan tan bien a la dieta de lectura que promueve el mercado. Hubiera sido más honesto que titulara su libro “Evangelio según Saramago” por la evidencia de los rasgos de quién lo escribe, el acuñarlo según Jesucristo no pasa de ser una trampa publicitaria. “El evangelio según Saramago” es un reflejo de la rápida lectura de las fuentes y del ordinario mundo de su autor con chistes flojos basados en el malentendido y la pobre imaginación de los sueños que invoca. La teología queda rebajada a un asunto de morcilla y fracasa en el anhelo de Borges para derivarla como una rama de la literatura fantástica.Que pobre conclusión la de Saramago de atribuir a la religión los más horribles episodios de la Historia si justamente su desplazamiento por el comercio y la política es la que ha provocado las más grandes y absurdas guerras. Saramago sirve a la mentira si muestra los atentados al Word Trea Center como un acto religioso por el hecho de haberlo perpetrado unos hombres asociados a una religión.

Esta narrativa de la espontaneidad identificada por su ligereza creativa tal vez esté inaugurando una nueva época en la literatura. Acaso con esta obra de Saramago se esté repitiendo un momento tan trascendental como el que refiere Graves sobre el nudo gordiano, el nudo mágico que deletreaba un nombre sagrado en lenguaje de nudos y que Alejandro Magno incapaz de deshacerlo, por no molestarse en conocer los misterios que revelaban el secreto, lo cortó con su espada. Saramago parece que pretendiera repetir ese acto cortando el nudo misterioso del cristianismo con su amellado machete de campesino. Su escritura es una forma del tedio.

Saramago acierta en decir que la diferencia entre los escritores radica en sus lectores. Un lector de "Tres versiones de Judas", elegante fantasía herética de Borges, leería con sumo agrado "Rey Jesús" por su atrevidas y ocurrentes herejías soportadas convincentemente con datos históricos; un burlón lector de "Starring all people" de Arreola gozaría con las divertidas y heréticas situaciones de la obra de Graves.

Eca de Queriroz en La reliquia escribe su “evangelio según Teodorico”, éste cuando va a tierra santa en busca de una reliquia para su rica tía tiene la oportunidad de viajar al parecer en un sueño a los tiempos de la pasión de Jesús y conocer la “verdad” de los hechos. Eca se permite una atrevida blasfemia sobre la resurrección de Jesús, a la que llama “la leyenda inicial del cristianismo” y comenta con fino humor que por error de María Magdalena que encuentra el sepulcro vacío (ya que el cuerpo de Jesús ha sido retirado y colocado en otro luego de tratar inútilmente de despertarlo con unas recetas del libro de Salomón), grita por Jerusalén, creyente y apasionada, que Jesús resucitó, cambiando la faz del mundo y dando una religión más a la humanidad. La crítica de Eca de Queiroz es certera y no sólo a la religión sino al mismo Jesús, que desconoce la tragedia de uno de los vendedores del templo a los que expulsa violentamente; pero esta complementación de los hechos no ofende a ningún cristiano, ni aún cuando se diga que predica las enseñanzas de Hilel y que tuvo la amistad de los esenios. Su reconstrucción de la historia fiel a su narrativa realista, de aguda observación, musical estilo y equilibrada fantasía, permitió anotar la verdad irrefutable que representa Cristo en el Calvario para la Historia, a despecho de la poesía griega: “...Pero súbitamente, un grito llenó el espacio partiendo de lo alto de una colina: fue un grito supremo, arrebatado y libertador. Los dedos cansados del viejo (rapsoda) enmudecieron sobre la lira helénica, desde aquel momento en adelante, y por largas edades, silenciosa e inútil.”

En Graves hay un afán religioso de rescatar la esencia de los mitos liberándolos de la mentira y así recuperar para el hombre un tiempo más intenso, una realidad mágica perdida; Saramago tiene un afán ciego de derribar los mitos acusándoles nuestras desgracias en una actitud de adolescente rebeldía. La amargura de Swift produjo los viajes de Gulliver para despotricar de la humanidad, la amargura de Saramago es la de un pobre iconoclasta.