Chesterton y la cruzada del padre Brown

El padre Brown es uno de los detectives más curiosos de la literatura y sus alcances para revelar la verdad de un crimen son múltiples. Las elaboradas historias en un estilo barroco muy puesto en lugar, tienen la precisión de una partida de ajedrez donde se han dado, se han expresado, todas las jugadas para dar jaque mate al culpable. Las barrocas descripciones son imprescindibles como la indicación de la posición que ocupará una pieza en el tablero de ajedrez, descripciones por supuesto no técnicas sino estéticas, pues su plasticidad tiene el admirable gusto de una pintura por su composición y efectos.

Este detective quiere dar con la verdad no sólo para señalar al criminal sino también para darle ocasión de confesarlo y perdonarlo. Éste rasgo católico de sus historias se une a la intención de todas las historias para vencer la superstición con el sentido común del cristianismo. Gran acierto de Chesterton al crear este personaje para hacer, además de un divertimiento literario, una ocasión para mostrarnos la manera de ver el mundo y dejar de paso una imagen esclarecedora de su cristianismo. Quién mejor que un sacerdote, confesor de pecadores y gran conocedor del corazón humano, para hacer de detective. Un cura, que tiene en claro lo natural y lo sobrenatural, y que conoce los artilugios para confundir la verdad, es el indicado para esclarecer los trampas del acto criminal que quiere encubrir como misterio lo que no es más que una propensión a la superstición. Las supersticiones modernas, en una época que presume de la ciencia y el progreso, son en verdad avasalladoras; el padre Brown emprende una cruzada contra ellas y con esta clara intención están escritos los cuentos de La incredulidad del Padre Brown, cuyos hechos ocurren precisamente en el país por excelencia de la superstición del progreso: Los Estados Unidos. Supersticiones que es preciso desvirtuar y negar por el bien de la verdad y del cristianismo.

Hay entre los cincuenta casos algunos que no se resuelven con la claridad esperada por que su elaboración es dispendiosa, pero otros son como aquellas jugadas memorables que además son golpes de suerte de la imaginación. Las historias del padre Brown son extraordinarias, son tan literatura que alguien las calificara de fantásticas. Los asesinatos son ingeniosos, y aunque se valen de ciertas contorsiones jamás se deja de justificar en la unidad y armonía de la obra. El símil con el ajedrez le alcanza a la evidencia de los hechos y a la clara descripción de los personajes quienes nunca traicionarán al lector con una doble personalidad traída de los cabellos. Con ello se cumple aquella condición del genuino relato policial del límite discrecional de los personajes: el asesino está en un lugar preciso del tablero. La historia se cuenta paso a paso, cumpliendo la regla de ser claro en los movimientos y las posiciones, y de un momento a otro se desencadena el jaque mate. Si en determinado momento, como es apenas natural en un relato policial, se sienten los artificios y cierta condición de títere de los actores, los motivos con que actúan esos personajes los hacen profundamente humanos. Los procedimientos de crimen pueden ser elaborados y hasta fantásticos, pero sus motivos son reales y eso nos lo confirma el corazón.

A algunos puede molestar que estas historias tengan moraleja, ese prejuicio impide comprender que ello hace parte de la explicación del misterio y que quién lo esclarece es un cura decididamente católico que no quiere dejar pasar la oportunidad para divulgar el cristianismo. La vigencia que siempre tendrá la lectura de las aventuras del padre Brown no está sólo en lo entretenido e ingenioso como se cuenta, se ejecuta y se descubre un crimen, sino también en las razones por la cual los hombres lo cometen, por que en el corazón del hombre está el secreto del misterio y del terror de sus actos. La trama goza de plasticidad para lograr una armonía en los complicados casos. Toda la obra es rica en esos detalles plásticos: La figura polifémica de Flambeau contrastando con el rechoncho padre Brown, el diseño de las armas del crimen, la disposición arquitectónica de los lugares, la descripción del paisaje, la atmósfera, los hechos, personajes…

En la escritura de Chesterton hay siempre ese gusto por la frase bien hecha, por el juego, por el ingenio y la gracia de hablar. En los relatos policiales no hay el afán de resolver el problema, hay un regodeo por el cuento en sí, la descripción no es un deber sino un gusto por las palabras.