Carrasquilla: semanasanto, cristólogo y burlón



La materia narrativa de Carrasquilla está en la fuerte tradición del pueblo antioqueño, donde se confunden con natural mestizaje la mística católica y las fantamagorías paganas. Ese asunto tan suyo tratado con esa gracia verbal de narrador oral, de juglar, lo ha tildado para su descrédito de costumbrista, a pesar de la reivindicación de las eminentes opiniones de Téllez, Cejador y Sanin, y de la crítica moderna armada con las últimas técnicas de análisis literario. No basta llamarlo Clásico, el Primero y el Mejor; calificativos que lo valoran por comparación ante José Mª de Pereda, Eustacio Rivera y Marco Fidel Suarez. No sirve de mucho pretender llegar a su corazón, con el presuntuoso bisturí del sicoanálisis y las novísimas teorías, para finalmente dar sólo con los riñones; les ocurrió lo que a la inteligencia policial en el cuento de Poe La carta robada, por incapacidad de pensamiento se valieron de minuciosos métodos para buscar un objeto en el lugar más escondido y no consideraron el lugar que salta a la vista. Habrá que reconocer que muchos tuvieron el secreto en sus narices pero no tenían el olfato; Carrasquilla es una presa fina y acaso convenga que no se haga muy popular.

Cuando Carrasquilla debutó con su primer cuento expuso los elementos fundamentales que constituyen su obra: el color local, el humor, sus héroes marginales, la fusión de lo sagrado y lo profano, pero sobre todo esa esencia trascendental de su tema, del que veremos es reiterativo a lo largo de su obra porque significa la indagación de un misterio fundamental para su espíritu y que tratará de diversa manera.

Más que la religiosidad de su pueblo matizada entre moralismo y misticismo, el asunto que tratan los cuentos de Carrasquilla son cristológicos; sus héroes están hechos a imagen de Cristo. Parece explicar con ellos que la pasión y crucifixión de Jesús no ha cesado, que se repite en la historia de sus protagonistas. Hay quienes sólo ven a Carrasquilla a un beato sabedor de cosas de iglesia; todo aquel bagaje católico, apostólico y romano de que está hecha su narrativa son apenas “la piel de un agua muy profunda”; es esencialmente un humorista aficionado a la teología, que se identificaba como un semanasanto, al punto de acometer Homilías sin púlpito ni sermoneos.

Cuatro grupos de cuentos muestran la constante inquietud del escritor por desarrollar su tema con variado tratamiento.

Octavio Paz definió a Arreola como un humorista a la vez que moralista; Arreola lo aplicó a Borges con estas palabras que convienen a Carrasquilla: “No se puede ser verdaderamente moralista sin rasgo de humor, sin la capacidad de ver las cosas al sesgo”. Ese humor es el que le dá gracia y hondura a sus cuentos, esa mirada sesgada lo libra de la intensión moralizante de un predicador; Carrasquilla conocía bien su gente y mejor que juzgarla la recreó con sus gracias y desgracias en lo que de perdurable hay en el hombre: los deseos que agitan su corazón. En Simón el Mago, Frutos de mi tierra, San Antoñito, A la plata, El gran premio, Esta si es bola, Fulgor de un instante y Superhombre, más que el gustoso lenguaje, la sal de su lectura está en su ironía; burla, eso sí, no exenta de dolor.

El niño es el primer héroe que le servirá para explicar el mundo (por que a más de divertir un escritor tiene una forma de ver y mostrar el mundo), y por que sus personajes cumplen una razón especial en la economía de sus cuentos. La historia de los niños de Simón el Mago, Entrañas de niño, El Zarco y Rogelio, es una iniciación al mundo en el verdadero sentido religioso. La prueba a vencer la pone siempre la sociedad adulta que por una suerte de fatalidad siempre está creando las contrariedades para hostigar al inocente, al elegido. Estos niños están dotados de una particular sensibilidad , de una atenta inteligencia, de un espíritu asombrado por el mundo, pero la posición de ellos obra simplemente por contraste, se hacen héroes por la villanía de los adultos más que por dotes especiales. Lo de Tista, el niño de El Rifle, tendrá otra cosa más que explicaremos con el tipo de héroe que encabeza Regina.

Si los niños poseen una suerte de santidad por derecho propio, los hombres la ganan por el mérito de defender frente al mundo su inocencia; el costo de ello es la burla, la humillación, la acusación por loco y marginado. Este tipo de héroe, Peralta de En la diestra, Dimitas Arias, el licenciado Reinaldo de El ánima sola, Luterito, Francisco Vera y los Cirineos, ocupan un lugar no tan privilegiado como los niños y las mujeres, pero su posición tiene la particularidad de mostrar a un cristiano en cumplimiento del evangelio; estos hombres obran por convicción o por conversión en tanto que la mujer cumplirá otro papel. En este grupo de cuentos es donde más abundan las referencias cristianas por las actitudes de profunda convicción que hacen obrar a sus héroes las cosas más absurdas, así como la cruz representa un absurdo para la lógica del mundo, la paradoja que rige este tipo de héroe consiste en una alegre imitación de los sufrimientos de Cristo.

Para tratar el ápice del misterio cristiano, la redención del mundo, esa “teología de la expiación” como la llama Isak Dinessen, el autor se vale de un héroe más apropiado para representar ese delicado misterio. La mujer en Blanca, Salve regina, El angel, La perla, La mata y Ligia Cruz protagonizará el tema predilecto de Carrasquilla. La muerte de la inocente Blanca así como la de “La Perla” pueden significar un tributo al cielo de los seres más puros de la tierra, a imitación de la asunción de Maria a los cielos, o la de Enoc el justo, en vuelo extático. Esa muerte está exenta de dolor y por eso es distinta a la muerte de Regina quien sufrirá a imagen de Cristo, el cordero inmolado, para apaciguar a Dios por nuestras culpas y rescatarnos del pecado. Maria Engracia en “La mata”, Tista en “El rifle” y Ligia Cruz serán reiteraciones menos rigurosas sobre el mismo asunto. Sobra advertir que Carrasquilla eligió a la mujer (y al niño) para el papel de cordero místico sin duda por su condición un tanto marginal en la sociedad. El misterio eucarístico, misterio teológico de difícil explicación, ha comprometido las plumas insignes de Mauriac en El cordero, Melville en Billy Bud, marinero, Borges en El evangelio según Marcos, Greene en El fin de la aventura, Schwob en El zueco,Dinesen en El acre del dolor, Joseph Roth en Job.