Calvino y la persistencia del amor

El amor en las historias de “Los amores difíciles” de Italo Calvino se parecen a la hiedra que se enreda en un muro y al musgo que brota en la piedra, así como lo canta Violeta Parra en su canción “Volver a los diecisiete”. El amor brota y trepa sin permiso en la vida rutinaria de la gente común y corriente, se cuela por los intersticios de su cotidianidad, de sus obligaciones, de sus instituciones, de sus normas y de sus costumbres. Estos amores no tienen la solemnidad ni el drama de las grandes historias de la literatura, están hechos de los asuntos efímeros de este vertiginoso tiempo presente, son definitivamente brevísimas tragicomedias de la vida moderna.

El ingrediente esencial de las historias es la mujer o mejor la presencia inefable de su cuerpo. Su desnudes es el tema de “La aventura de una bañista”. La accidental pérdida de sus prendas de vestir cuando se encuentra en el mar rodeada de una multitud de observadores la enfrenta con el sentimiento de vergüenza. ¿Por qué sentir vergüenza cuando la placidez de nadar desnuda en el mar parece recordarle la plenitud de su estancia en el vientre materno? El sentido de culpa combate con el sentimiento de inocencia, la desnudez suele ser degrada y puesta en ridículo ante lo público pero se celebra y se goza en la privacidad. De otro lado la gracia del movimiento de ese cuerpo, ya no su desnudez, es tratada en “La aventura de un esquiador”. En esta historia el cuerpo ingrávido de la mujer flota en la densa nieve bajo la mirada absorta de los lerdos hombres. Como gacela que avanza entre el mutismo del bosque, así la mujer es una línea trazada en el informe embrollo de la vida. Esa figura inquietante de una mujer desnuda y su grácil ángel son incursiones maravillosas del amor trastornando el curso monótono del mundo.

Otro tipo de incursión efímero del amor, esta vez con el empecinamiento con que se adhiere la hiedra al muro, por las circunstancias de contrariedad que debe enfrentar, se cuentan en otras dos historias: “La aventura de un soldado” es el encuentro casual de dos cuerpos separados por la respetabilidad que se deben socialmente, pero que se reclaman con urgencia animal. Este duelo entre la reputación y el deseo se resuelve en las sombras de la intimidad, sólo allí tiene su cumplimiento y en eso radica su encanto, el carácter travieso de juego caprichoso de Cupido, que se balancea ambiguamente entre la continencia y la satisfacción. En “La aventura de un matrimonio”, en cambio, no hay tal prohibición para la unión de los cuerpos, pero el obstáculo de las obligaciones laborales restringe su contacto a unas migajas de calor que quedan en las sábanas cuando el otro se ausenta. Este capricho de Cupido cobra la forma de una contorsión, de un malabarismo del amor para hacerle juego a los contratiempos de la vida.

La aridez de la vida con sus restricciones obliga también al amor a brotar con rebeldía como el musgo en la piedra. Es así como en “La aventura de un empleado” basta con una fortuita noche con una mujer guapa para iluminar, al menos por un día, el paisaje gris de un empleado sometido a rutinaria tiranía de su director. Esa breve rebeldía también hace que en “La aventura de una mujer casada”, esta se libere de un tirano marido, pasando la noche con otros hombres sin comprometer su honra y superando el señalamiento social que le condena por adulterio. La ternura del amor y su inocencia supera así las terribles tiranías que ejerce solapadamente la sociedad.

Pero sin el flechazo de Cupido, el amor no tiene lugar por más persistente que sea la presencia de la mujer, es así como en “La aventura de un lector” tras un obstinado combate con el cuerpo femenino y cuando parecía estar ya sometido a su abrazo, logra zafarse para alcanzar el libro y recuperar el placer de la lectura. Esa misma imposibilidad de amar se narra en “La aventura de un fotógrafo” que padece el inútil rigor de un filósofo para someter la inasible instantánea de mujer al objetivo de su vieja cámara. Otro tanto de esa imposibilidad de amar, con el ingrediente adicional de una disparatada burla, es la historia de “La aventura de un miope”. Para otros el flechazo es tan fugaz como un rayo que obnubila la mirada y que en “La aventura de un poeta” le deja sin palabras tal como dejó Yahvé mudos a muchos profetas incrédulos y cobardes.

Calvino cierra esta serie de relatos con “La aventura de un automovilista” para concluir lapidariamente, lo que había bosquejado en “La aventura de un bandido” y débilmente intentó en “La aventura de un viajero”, con la tesis de que en la dificultad de la comunicación reside el fundamento de la relación amorosa. Remata el libro con este apunte fatal haciendo referencia a que somos una señal: “…cada una con un significado propio que permanece oculto e indescifrable porque fuera de aquí no hay nadie capaz de recibirnos y entendernos”.


Conclusión pesimista del amor pero que no agota las múltiples interpretaciones del libro, porque, a decir de Kipling, ni al mismo autor se le está dado conocer todos los significados de su obra. Lo que seguirá vigente, y en eso acertaron una vez más los griegos al asociarlo con un niño alado lanzando flechas, es que el amor es travieso y obstinado. El ser hijo de Venus y de Marte, dioses del amor y de la guerra, Cupido crea un balance entre el amor y la tragedia. Esta tragicomedia de la vida moderna es redimida por los flechazos fulminantes del amor, su brevedad basta para alimentar la esperanza de que alguna vez, en alguna parte, alcanzaremos definitivamente su golpe mortal:



“Porque es fuerte el amor como la Muerte;
Obstinado como el seol, el celo,
Saetas de fuego, sus saetas,
una llama de Yahveh,
Grandes aguas no pueden apagar el amor,
ni los ríos anegarlo.